SANTA TERESA DE LOS ANDES

CARMELITA CHILENA

 

Septiembre de 1897; Sta. Teresita de Niño Jesús, terminaba su existencia dejándonos una espiritualidad de confianza y amor en el Padre Dios. A los tres años, en 1900, nacía Teresa de Los Andes, que también desde un Carmelo Teresiano, tuvo la experiencia de encontrar la felicidad de conocer y amar a Dios y de comunicárselo a los demás.

Por esto el Carmelo ecuatoriano presenta a la primer  Santa Carmelitana americana para estimulo de muchísimos jóvenes, especialmente de personas decididas y valientes que cumplen su difícil tarea de mejorar el mundo a través de una renovación espiritual profunda dando una respuesta generosa a la invitación al Señor: “Sed santos como vuestro Padre Celestial es santo” (Mt 5, 48).

 

  1. “ME HAS TEJIDO EN EL VIENTRE DE MI MADRE” (Sal 138, 13-14).

En Santiago de Chile, el 13 de julio de 1900, nació Juanita Fernández Solar, siendo la quinta de siete hermanos, de una familia numerosa y muy acomodada. Sus padres fueron Don Miguel Fernández y Doña Lucia Solar; sus hermanos: Lucía, Miguel, Luis, Juana fallecida el mismo día de su nacimiento, Rebeca e Ignacio.

Fue bautizada el 15 de julio en vísperas de la fiesta de Ntra. Sra. Del Carmen, con los nombres de Juana Enriqueta Josefina de los Sagrados Corazones.

Durante su infancia se destacaron hechos importantes que presagiaban una persona de corazón caritativo a favor de los más desamparados; es así como, cuando su padre la llevaba todavía en brazos, gustaba dar por propia mano la limosna que correspondía a los pobres.

Alrededor de los 6 años se nota en ella una devoción filial a la Virgen Santísima. Inculcada por su hermano Luis, juntos hicieron la promesa de rezar el Rosario diariamente.

En 1907 ingresó al Colegio Sagrado Corazón, donde fue preparada por religiosas del mismo para su Primera Comunión. Iniciaba de este modo un trabajo intenso sobre su carácter primario e iracundo, acompañado de rabietas fuertes. Muchos jóvenes hoy sienten lo mismo y experimentan cuan difícilmente se supera. Así le pasó a ella; sin embargo, supo irlas dominando poco a poco. A propósito de esta conducta; en una ocasión en que jugaba con su hermana Rebeca, el juego termino en pleito, dando lugar a que su hermana le diese un golpe. Juanita sintió al punto una gran ira queriendo hacerle lo mismo, y para ello se acerco a Rebeca; pero, en vez de reaccionar golpeándola, le dio un beso como expresión de cariño y a la vez de perdón: acción mal interpretada por su hermana, la cual comentó: “Beso de Judas”, aun con tono de enojo. Con esto vemos como Juanita, desde temprana edad, dominó sus impulsos, pues siempre reaccionaba con bondad ante un hecho desagradable que la hacía sufrir.

 

  1. “YO SOY EL PAN DE VIDA” (Jn 6, 35)

El 11 de septiembre de 1910 llega para Juanita el día tan anhelado de su Primera Comunión; encuentro en el que Jesús le deja sentir su dulce voz. Este marca para siempre la huella del purísimo amor, la hace sentirse inmensamente feliz, a lo cual responde con generosidad inmediata. Es de notar que Juanita, se hallaba en retiro por una semana en el colegio, y por las tardes, en su casa, con el permiso de mamá, meditaba y oraba. Como consecuencia de esto tenemos a Juanita de rodillas ante sus padres, pidiendo perdón por las faltas cometidas, seguido lo hizo con sus hermanos a los que pidió perdón a cada uno de rodillas; después, sin detenerse más, se dirigido a la cocina y humildemente pedía perdón al personal de servicio.

Impresionados lloraban ante esta escena tan conmovedora, prueba de su esmerada preparación hecha con tanto amor.

 

En el día de su Primera Comunión, Juanita nos relata en su diario lo que le sucedió en aquel momento:

“No es para describir lo que pasó por mi alma con Jesús. Le pedí mil veces que me llevara, y sentía su voz querida por primera vez”.

 

  1. “LO QUE HICISTE CON UNO DE MIS HERMANO CONMIGO LO HICISTEIS” (Mt 25.40).

Juanita sigue su vida de joven llena de grandes ilusiones, alternando sus estudios en las vacaciones que se las toma n la Hacienda de Chacabuco. Aquí es la persona más admirable que se desempeña como colaboradora en las misiones, trabaja en la catequesis, hace apostolado con sus compañeritas y a los niños Juanita les enseña las oraciones, ayudando así a los misioneros de Chacabuco, donde se celebrarían Matrimonios, Primeras Comuniones, Bautizos, Confesiones. Para finalizar solemnemente impartían la bendición con el Santísimo Sacramento a todos los presentes, mientras que todos los recién purificados hacían promesas, propósitos de enmendar sus vidas para gloria de Dios.

Las misiones le fueron modelando en su interior vivos sentimientos de amor al prójimo, y de sufrir con él, de ayudarlo. Más adelante será su mayor preocupación la de salvar las almas de éstos, a costa de sacrificios y actos probados de virtud, acompañados de su oración diaria.

Además de ser amable con las personas empleadas en su casa y de ser asidua en su trabajo en Chacabuco, será también misionera en la tierra de su familia: en Cunaco, San Pablo y Algarrobo. Vale la pena recordar que Juanita ponía sumo cuidado en atender a aquellos que se enfermaban ya de una cosa u otra, siendo estos partes de las personas que tenía su familia. Los atendía por sí misma a todos, sin discriminación alguna, sin menospreciar actos de abnegación hacia los más pobres y abandonados. Lo hacía con tal sencillez y provista de aquella alegría tan grata y edificante para los demás.

Referiremos algunos sucesos acaecidos por ese tiempo:

  • Tenía un grupo de niños, algunos quizá mayores que ella, a los cuales les enseñaba el Catecismo, a rezar las oraciones, con tanta o paciencia, que si bien es cierto, tuvo que repetir cientos de veces el Padre Nuestro a un niño llamado Panchito, ya que sólo se le pegaba… “Venga a nos el tu Reino”, pues no era capaz de retener aquello en la mente. Ella se lo recitaba las veces que fuesen necesarias. Así es como se comportaba con todos los niños, dándoles como recompensa algunos dulces y galletas a los que se empeñaban en aprender, animándolos como experta maestra de religión.
  • Un día como todos, Juanita se iba a Misa apresuradamente. En esto se le acercó un niño muy pálido y hambriento… Le pedía limosna. Al contemplarlo se impresionó de sus ropitas, ¡sólo eran unos harapos!; además, el chico se estremecía de frío y, sin pensarlo más, lo hizo entrar en la cocina, dándole un tazón de leche caliente, le preparo un sanduche con mantequilla y dulce; tomo asiento junto a él que tendría alrededor de unos 8 años, preguntándole sobre sus padres, hermanos y demás familiares… Al no obtener la información requerida, le dijo al niño que volviese a las 6 de la tarde. Antes que emprendiera la marcha, le dio unos ahorros para su madre, prometiéndole ayudarlo cuando regresara.

Al regresar el chico, se fueron juntos a la casa de éste, hasta que llegaron a una vecindad. Entrando en una pobre pieza, se sobrecogió al notar que allí no había indicios de que hubiesen comido. Casi arrimada estaba la madre del niño, que la miraba sorprendida por tal visita. Juanita, como ya tenía experiencia en estas cosas y más aun en los censos, se puso con suavidad a preguntarle; ¿Cuántos niños tiene? ¿Qué hace su marido? ¿Sus hijos han recibido los sacramentos? Entre éstas preguntas se enteró que la señora tenía un esposo borracho, que los hijos mayores la habían abandonado… y el pequeño, además de pasar hambre, no era bautizado. Juanita, pensando enseguida arreglar ésta situación, habló con un sacerdote, le participo el caso, y sin demora, lo prepararon para Bautismo con el nombre de Juan, haciendo ella de madrina.

En su casa le regalaron ropa  las fue arreglando según el tamaño del niño. Así como Juanito no era el primero al que socorrería, hubo muchos que citaremos seguidamente:

  • Estando ella en casa, llegó un niño quemado… Su madre no estaba allí. Tomando al niño le dio un baño de bicarbonato y aceite y, gracias a sus cuidados, las llagas del pequeño mejoraron notablemente.
  • Otro día, mientras colaboraba con los misioneros en Chacabuco haciendo el censo, su madre y otras entraron en una de las casas para hacer preguntas. Entre tanto, Juanita y Rebeca se habían quedado fuera descansando. En esto se fijaron en un niño que tenía una fea herida en el brazo. Juanito lo llamó y tomándolo de la mano, se lo levó a una de las casas patronales para curarlo, pues la herida se hallaba sucia, abierta y sangrante; pero en el camino tuvo que detener la marcha para consolar al niño que lloraba muy asustado. Juanita, con su ternura sin igual, le hacía cariño asegurándole que no sintiera dolor… Lo besó y así se consoló el chico.

Llegada a su casa, lo llevó a la cocina, levándole la carita. Tomó luego una servilleta húmeda y suavemente le limpió la herida y añadió a su curación pomadas que su madre tenía para estas ocasiones.

Juanita, en su delicadeza, no dudo en sacar su fino pañuelo y atarlo al brazo del niño, sujetando la gasa con cuidado. Sabían sus familiares que, al socorrerá alguien, su hija, les despedía con golosinas. Su madre se le adelantó envolviendo una porción de pastas y merengues que se los entregaron al chiquillo, y éste desapareció sin agradecer, quizá por el susto que aún tenía.

 

  1. UNA JOVEN COMO TODAS.

Como toda joven, Juanita tenía sus debilidades y defectos. A pesar del esfuerzo constante que hacía por amor a Jesús, aún no podía acabar de vence su carácter y las denominadas rabietas como así las llamaba.

Su defecto dominante provenía del orgullo, y como era muy agradable tanto en su aspecto físico como en su trato con los demás, sus tíos y amigas se lo decían, y al oír esto se lamentaba más.

Ella nos cuenta algunos casos por los que tuvo que pasar y luchar mucho, a fin de educar su carácter.

“Para mi mayor humillación contaré una rabieta que tuve, que fue tan grande que parecía estaba loca.

La casa de ella fue que mi hermana (Licita) y mi prima estaban con nostras (Rebeca y yo), porque éramos muy chicas. Me disgustó que me dijeran chica y no quería irme a bañar, pero me obligaron. Cuando ya nos estábamos vistiendo, llegaron las chiquillas a apurarnos, pero les contesté que no me vestía hasta que no se fueran. Pero ellas no quisieron irse y mi mamá me dijo que me vistiera. Yo, terca, no quise. Me pegó mi mamá y fue todo inútil. Yo lloraba y era tanta la rabia que quería tirarme al baño. Mi mamita empezó a vestirme pero yo seguía rabiando. Cuando estuve lista, me arrepentí de lo que había hecho y le fui a perdón a mi mamá, que tenía mucha pena de verme así y decía que se venía a Santiago para no estar con una chiquilla tan rabiosa. Pero ella no me quiso perdonar; con lo que yo lloraba inconsolable. Me echó de su pieza y yo me fui a esconder para llorar libremente. Legó la hora de tomar onces y no quería ir hasta que me obligaron; pero yo estaba avergonzada y no quería mirar a nadie, pues había dado muy mal ejemplo. No sé cuantas veces pedí perdón hasta que en la noche mi mama me dijo que vería como era mi conducta en adelante. Yo creo que de este pecado he tenido contrición perfecta, pues lo he llorado no sé cuantas veces. Y cada vez que me acuerdo me apeno de haber sido tan ingrata con Nuestro Señor que me acababa de dar la vida”.

Por la noche Juanita nuevamente había tenido alterado el ánimo. Su carácter volvía a hacer presa de ella, sin recordar que a la mañana ya había tenido similar contratiempo. Su hermana Rebeca la sosegaba diciéndole que tenía un genio peor que el suyo. Juanita no se resignaba a lo que su hermana le decía y le contestaba así: “Tú te impacientas todos los días, pero tus impaciencias son chicas y, te duran poco; las mías son más a lo lejos pero son más grandes y me duran más; en adelante me venceré hasta no impacientarme ni una sola vez”.

Después de haber pasado por estas experiencias, que según el testimonio de su madre, eran causadas por el cloroformo que se puso en una operación que le habían hecho, volvió a ser la niña madura y equilibrada de siempre.

Juanita frecuentaba el Colegio Sagrado Corazón; a poca distancia se encontraba el Colegio San Ignacio, por lo que los admiradores de ella iban n aumento, como ella diría… Los jóvenes se le acercaban para conversar con ella, a quien interceptaban en su andar, y la seguían porque era encantadora, tan agraciada, bonita y servicial. “La joya de la casa”, respondería su hermano Lucho; pues, como a muchas chiquillas, a Juanita le agradaban estos encuentros, Sonreía y les respondía con amabilidad, tanto que el día en que su madre se dio por enterada, hizo las gestiones necesarias y la mandó a un internado. Su madre no podía permitir esto, tan natural entre jóvenes.

 Juanita poseía una profunda afectividad. Con éstas pequeñas experiencias comprendió que ningún mortal podría satisfacer sus íntimos anhelos de amor y felicidad y, enamorada de Cristo, se  lo entregó totalmente. Más adelante veremos que su ideal fue ser Carmelita.

Aquellos que la conocieron nos la describen de la siguiente manera: ágil, muy alta en su porte, de cabello ligeramente ondulado y aquella sonrisa que hacía perfecto contraste con sus ojos color Jacinto, de atrayente dulzura y suavidad, adquirida como ya vimos a base de mucho dominio interior. Además ella tenía una afición al deporte que como tal no tenía competidores. Jugaba al tenis, gustaba de la natación. Para la equitación se decía que era una autentica amazona. Aquellas caminatas a pie, las carreras… cual si fuese un gran atleta, los paseos que hacía para luego ascender una montaña, y seguido bajarlas rodando por la arena, cosa que le agradaba mucho decía ella. Tenía además otro deporte superior a éstos y era nada menos que el ejercicio de la contemplación, en el que su alma a gran velocidad alcanzaba a Dios en la soledad de la naturaleza, se desplazaba en el silencioso panorama de la creación, en las que le hablaba a Cristo en lo profundo de su corazón tan sensible a las cosas del cielo. Recordaremos como Juanita acostumbraba dirigirse, hacia el río Maule; allí  permanecía en compañía de Aquel que siempre amó aquella sonora tranquilidad, en la que los corazones de Jesús y de Juanita se unían en oración. En su diario escribirá: “¡Ese loco de amor me ha vuelto loca!”.

Cuando el amor de Dios posee a su creatura, lo simplifica todo, como diría Juanita en uno de sus escritos: “Yo antes creía imposible llegar a enamorarme de un Dios a quien no veía, a quien no podía acariciar, más hoy afirmo con el corazón en la mano que Dios resarce enteramente ese sacrificio. De tal manera siente uno Ese amor, esas caricias de Nuestro Señor que parece tenerlo a su lado. Tan íntimamente lo siento unido a mí que no puedo desear más, salvo la visión beatificada del cielo. Me siento llena de El. No hay separación entre nosotros. Donde yo vaya El está conmigo, dentro de mi pobre corazón. En su casita dónde yo lo hospedo. Es mi cielo aquí en la tierra, vivo con El y, a pesar de estar en los paseos, ambos conversamos sin que nadie nos sorprenda ni pueda interrumpirnos. Si tú lo conocieras lo bastante, lo amarías. Si estuvieras con El en la oración, podrías saber lo que es el cielo en la tierra”.

Esto no quitaba que nuestra Juanita fuese muy alegre; como otros creen que el que ora y está unido a Dios, no sabe reír, no sabe embromar. Creen que deben ser seres petrificados… No… es todo lo contrario.

Juanita nos cuenta como reía… Ella dice: “He adquirido fama con mis tentaciones de risa. N hacemos otra cosa que embromar.

En la mesa estábamos nosotras las últimas con Pepe. Era tanto lo que disparatábamos y nos reíamos, que a veces no podía comer, pero lo más trágico era que el padre, que rezaba después de la comida, en la mitad del rezo, no podía continuarlo por la risa, pues lo contagiamos”.

Esto Juanita rimaba muy bien con la sed que de Cristo tenía; pues procuraba ser cada vez más bonita teniendo virtudes para ofrecérselas a su amado Jesús.

 

  1. “SI ALGUNO QUIERE VENIR EN POS DE MI, NIEGUESE A SI MISMO” (Lc 9,23).

“Veo que Dios quiere probarme, porque a cada instante me envía sufrimientos. Comprendo que por ellos me he de asemejar a Jesús Crucificado. Y he aquí mi único ideal”.

Juanita desde pequeña ha sido probada por el crisol del amor de Dios. Entre sus pruebas tenemos: las interiores y exteriores que le sirvieron para madurar como persona cristiana.

Vamos a describir algunos momentos en que gradualmente iba siendo purificada:

Regularmente pasará enferma, por un período de4 años seguidos, y siempre los fines de año siendo los mas duros, los 8 de diciembre. En este transcurso habían varias enfermedades las que padeciese.

Ella, en su varonil coraje, había solicitado al Señor que se la llevara.

Más El, que es Padre, no se la llevó y le permitió sufrimientos como la inmolación  por la humanidad.

El día en que estuvo tan mal, le había dado difteria. Ella nos e quejaba tolerando en silencio… Citaremos otros modos de prueba por las que Dios permitió que pasara: Sequedad de espíritu, agonía que junto con el abandono que sentía, acompañaba a Cristo por la salvación de los pecadores.

Habitualmente sufría discerniendo su vocación; como también los sufrimientos de parte de la familia, pues deseaban que fuesen a fiestas.; como el tomar clase de piano, etc. Ella sabía, después de haber oído hablar a sus compañeras de lo que sucede en esas ocasiones, momentos perdidos en tonterías; sentía mucho que en esos lugares nadie se acordase de Jesús.

 “Es preciso morir a sí mismo para vivir escondida en Cristo”. “No tengo gusto ni por la Comunión, ni por la oración. Sin embargo son unos deseos locos que siento en mi alma de unirme a Él. No oigo su voz. Nada. Tinieblas. No puedo ni meditar ni hacer nada”. Claramente se ve que Nuestro Señor por medio de estos sufrimientos quería mostrársele.

Para estas fechas, por el 15 de octubre de 1918, su familia presentía que Juanita tenía vocación, y ella dice así: “Creo que principian a calcular que tengo vocación, pues quieren que salga más; pues, cuando sepan, me harían una gran campaña en contra”.

 

  1. HACIA EL CARMELO.

Según testimonio propio, Juanita nunca hubiera abandonado a sus padre y familiares por un hombre; sin embargo, con la ilusión de vivir vitalizando el cuerpo Místico de la Iglesia, se desprendió de los suyos para entregarse a Cristo por la humanidad. Seguidamente Juanita nos deja ver claramente el estado interior en que se mantenía. Una carta dirigida a su padre nos hace constar el pedido que le hizo suplicándole el permiso para ingresar como Carmelita. En aquella nos resume toda su vida, ilusiones y esperanzas; nos contesta a las preguntas que le haríamos todos, tanto religiosos como seglares, que desean saber el por qué se hacen monjas… y los motivos para ingresar a un claustro. Juanita responde a todas…

“Mi papacito tan querido:

Papacito, hace mucho tiempo deseaba confiarle un secreto que he guardado toda mi vida en lo más intimo de mi alma. Sin embargo, no sé qué temor se apodera de mi ánimo al querérselo confiar. Por eso, siempre me he mostrado muy reservada para todos, mas ahora quiero confíaselo con tanta confianza que me guardara la más completa reserva. He tenido ansias de ser feliz y he buscado la felicidad por todas partes. He soñado con ser muy rica, mas he visto que los ricos, de la noche a la mañana, se tornan en pobres. Y aunque a veces esto no sucede, se ve por un lado reinan las riquezas, y por otra reina la pobreza de la afección y de la unión. La he buscado en la posesión del cariño de un joven cumplido, pero la idea sola de que algún día pudiera no quererme con el mismo entusiasmo o que pudiera morirse dejándome sola en las luchas e la vida, me hacen rechazar el pensamiento de que casándome seré feliz. No. Esto no me satisface. Para mí no está allí la felicidad. Pues, ¿dónde me preguntaba se halla? Entonces comprendí que no he nacido para las cosas de la tierra, sino para las de la eternidad. ¿Pare qué negarlo por más tiempo? Sólo Dios mi corazón ha descansado. Con El mi alma se ha sentido plenamente satisfecha, y de tal manera que no deseo otra cosa en este mundo que el pertenecerle por completo. Sí, papacito, sólo en Dios he encontrado un amor eterno. ¿Con qué agradecerle? ¿Cómo pagarle sino con amor? ¿Quién puede amarme más que nuestro Señor siendo infinito e inmutable? Ud., papacito, que me preguntará desde cuando pienso todo esto. Le voy referir todo para que vea que nadie me ha influenciado. Desde chica amé mucho a la Santísima Virgen, a quien confiaba todos mis asuntos. Con solo ella me desahogaba y jamás dejaba ninguna pena ni alegría sin confiársela. Ella correspondió a ese cariño. Me protegía y escuchaba lo que pedía siempre. Y ella me enseño a amar a Nuestro Señor. Ella puso en mi alma todo el germen de la vocación. Iluminada con la gracia de lo alto, comprendía que el mundo era demasiado pequeño para mi alma inmortal; que sólo con lo infinito para saciarme podría saciarme, porque el mundo y todo cuando El encierra es limitado; mientras que, siendo para Dios mi alma, no me cansaría de amarlo y contemplarlo porque en El los horizontes son infinitos. ¿Pues, cómo dudar de mi vocación cuando, aunque estuve tan grave y a punto de morirme, no dude ni desee otra cosa? Como puede ver, papacito, nadie me ha influenciado, pues nunca le dije a personas alguna y siempre traté con empeño de ocultarlo. Fíjese a qué dignidad me eleva: a ser esposa del Rey del Cielo, del Señor de los Señores. ¡Ay, papá!, ¿Cómo pagarle? Además me saca del mundo donde hay peligros para las almas, donde las aguas de la corrupción todo lo niegan, para llevarme a morar junto al tabernáculo donde El habita.

Es Dios mismo quien se digna llamarme. ¿Cómo no apresurarme a ser la total ofrenda para no hacerlo esperar? Pacito, yo ya me he entregado y estoy dispuesta a seguirlo sonde El quiera. Con todo, yo dependo de Ud., que me dará su consentimiento para ser de Dios, cuando de ese “sí” de su corazón de Padre, ha de brotar la fuente de felicidad para su pobre hija. No. Lo conozco. Ud. Es incapaz de negármelo, porque sé que nunca ha desechado ningún sacrificio por la felicidad de sus hijos.

Piense que la vida es corta; que después de esta existencia tan penosa nos encontraremos por una eternidad. Pues a eso iré al Carmen: asegurar mi salvación y la de todos los míos. Su hija Carmelita será siempre la que velará al pie de los altares por los suyos, que se entregan a mil preocupaciones que necesitan para vivir en el mundo. La Santísima Virgen ha querido que perteneciera a esa Orden del Carmelo, pues fue la primera comunidad que le rindió homenaje y la honró. Yo quisiera ser desde el convento el ángel tutelar de la familia. Aunque sé lo indigna que soy, lo espero ser, pues siempre estaré junto al Todopoderoso.

Papacito, no me negará el permiso. La Santísima Virgen será mi abogada. Ella sabrá mejor que yo hacerle comprender que la vida de oración y penitencia que deseo abrazar encierra para mí todo el ideal de felicidad en esta vida, y la que me asegurará la de la eternidad. No me exponga en medio de tanta corrupción como es la que reina actualmente. Mi resolución está tomada. Aunque se me presente el partido más ventajoso, lo rechazaré.

Con Dios, ¿quién hay que puede compararse? No. Es preciso que pronto me consagre a Dios, antes que el mundo pueda mancharme. Ud. Ha dicho en repetidas ocasiones que no negaría su permiso, pues le daría mucho consuelo tener una hija monja. El convento que he elegido está en Los Andes. Es el que Dios me ha asignado, pues nunca había conocido ninguna Carmelita; lo que le asegurará a Ud. que nadie me ha metido la idea y que no obro por impresiones. Dios lo ha querido. Que se cumpla su adorable voluntad. Reciba muchos besos y abrazos de su hija que más quiere.  Juana”

En plena madurez de espíritu, aunque adolescente, penetra los secretos insondables de Dios; su equilibrio psíquico la hace lanzarse a la vocación del silencio, la oración y a la austeridad. Juanita, desde su juventud, vio claro su ideal para vivir la felicidad como Carmelita.

Desde su entrada al convento tomo el nombre de Teresa de Jesús y nos refiere sus primeras impresiones en el Carmelo: “Soy feliz en mi conventito; mi celda no la cambiaría por ningún aposento de lo más rico del mundo. Tengo a Dios y El solo me basta. Todo en el Carmen se hace con alegría, porque en todas partes tenemos a Nuestro Jesus en nuestro gozo infinito”.

Vive 6 meses como postulante y entra al noviciado el 14 de octubre de 1919.

“No se imagina lo feliz qye me siento con nuestro santo Hábito. Tiene que reza para que sea muy fervorosa, pues del Noviciado depende toda mi vida religiosa, y a toda costa tengo que ser una Santa Carmelita”.

Como podemos ver, Teresa de Jesús vivió en profundidad los elementos que caracterizan la vida de una Carmelita, siendo estos medios indispensables para el encuentro en el camino del amor.

Ella nos dice: Quiero ser obediente hasta en lo más mínimo, caritativa con mis hermanitas y sobre todo el ser humilde”.

“Tenemos que coser y hacer otros trabajos; vivimos riéndonos y amándonos, no te imaginas la alegría, la confianza y la sencillez que reina; me encuentro en mi centro”.

En Teresa de Jesús, brillaba su caridad fraterna; era muy delicada y cercana con las novicias. Prestaba servicios a las demás con alegría y agradecía la oportunidad que se presentaba para hacernos como si le hicieran un favor a ella.

Nuestra hermana Teresa de Jesus continuara en el Carmen su apostolado. Su Madre Priora y Maestra de Novicias le permitirá escribir cartas; en muchas ocasiones se lo impondrá más de lo que habitualmente escribe una Carmelita.

Seguiría como catequista y misionera a la vez, para ofrecerle al Señor. La Madre Priora presentía el bien que harían sus cartas, tanto a los suyos como a las demás personas que recurrían a ella.

 

  1. “SI EL GRANO DE TRIGO NO CAE EN TIERRA Y NO MUERE…” (Jn 12,24)

Juanita, consciente de que viviría muy poco, y que lo esencial era la unión con Dios, aprovechó todos los instantes para identificarse con su esposo Jesucristo.

 En la cuaresma de 1920 siente los síntomas de su enfermedad. Una fiebre tifoidea que la llevaría a lña muerte; sin embargo, al entrar en Semana Santa, abraza con heroísmo y generosidad todas las penitencias de la Orden.

El jueves Santo pasa en absorta adoración ante el Santísimo. El viernes Santo, a pesar de estar consumida por la fiebre, trata de cumplir en todo su rigor las penitencias que se observan en este día. Al atardecer cae en cama sin remedio y, por petición propia, pide el Santo Viático y la Unción de los Enfermos.

El 6 de abril, ya en el umbral de la muerte, se le concede emitir su profesión religiosa, formula que repitió por tres veces, con voz entera, alegre y emocionada.

 El 12 del mismo mes, al atardecer, a las 19:15 horas, muere sumergida “enteramente en el amor”.

Contaba con 19 años y 9 meses de vida, once meses de Carmelita.

“Pronto obrará milagros” escribió el Padre Julián Cea CMF, y acertó plenamente. Desde entonces son incontables las personas que atribuyen a su intercesión gracias y favores de toda clase. Fue beatificada el 3 de abril de 1987 por el Papa Juan Pablo II, y canonizada el 21 de Marzo de 1993 por el mismo Santo Padre.

Juanita había escogido su camino para servir a Dios y amarlo sobre todas las cosas; ¡Quién iba a imaginar que, desde su ingreso el 7 de mayo, culminaría tan rápidamente su existencia sobre la tierra, alcanzando tal grado de perfección, y sólo en once meses volaría a lo infinito! Había inmolado su vida por la humanidad, por la santificación de los sacerdotes, para llevarles al abandono total en Dios.

Hoy, los que nos acercamos a conocer su vida y escritos, queremos vivir en plenitud la caridad, y dar gloria a Dios eternamente.

Que Teresita de Los Andes nos enseñe a ser atracción y el imán de muchos hermanos para Dios, limitando su entrega al Señor. Ella que fue fiel cumplidora de la voluntad del Padre, nos enseñe a conocerlo, a amarlo, hasta ofrecer la vida por nuestros hermanos, por su salvación, como lo hizo sin escatimar sacrificios Teresa de Los Andes, transformándonos en hostias de eterna alabanza.